LA PRIMAVERA

Las calles se están llenando de gentes desocupadas,
las calles vienen tomando de norte a sur los tahúres, con uñas bien afiladas.
Entre el ruido del tumulto, el derroche y la desgana
estamos perdiendo el tren otra vez esta mañana.
Los viejos mueren sintiendo de su niñez añoranza,
los niños quieren ser hombres al poco de la lactancia,
la juventud vive ausente con sus vidas orquestadas
al son de viejas trompetas y envueltas en la farándula
tocan de día y de noche al ritmo que otros les marcan.
Las calles se están llenando de gentes desocupadas.
Las calles están vacías de gentes ilusionadas,
la muchedumbre y sus voces han matado la palabra.
La larga noche no muere porque se ha asfixiado el alba.
¡Ay, el alba! El alba ya no respira, le ahoga un cielo gris plata,
cada día nace envuelto en una nube malsana,
se abre paso a trompicones entre mil y una lanzadas.
Soplidos de vida nueva barrunto en esta mañana,
los pájaros con sus trinos, las flores con su jactancia, los árboles con sus yemas
a todos os doy las gracias, porque gracias a vosotros
sé cuándo la primavera ha llegado a mi ventana.
¡Su recorrido es tan corto!, ¡dura tan poco su estancia!,
tres meses es poco tiempo para llenar el vacío de las vidas desmembradas.
Los que ayer tuvimos cielos, azules, limpios, sin manchas,
buscamos por estas fechas soplos de una vida nueva que renueven la esperanza.
Los que bebimos arroyos de aguas dulces, puras, claras,
en estas fechas abrimos de par en par las ventanas,
dejando henchidas de luz hasta el fondo nuestras salas,
con mil colores vestidas y de jazmín perfumadas.
¡Hay que apurarse muchachos y madrugar las mañanas!
Llenad de luz los sentidos, la sangre, la fe, las entrañas.
Mirad de cerca las flores, los árboles, todas las plantas.
Disfrutad cada segundo con partos de hojas y ramas,
que su luz dura muy poco tras la noche tibia y larga.
¡Hay que apurarse muchachos y madrugar las mañanas!
Estad allí bien temprano, presentes en cuerpo y alma,
mirad cómo el sol revienta, con su fulgor y calor en compañía del agua,
las semillas de la tierra y las campiñas estallan,
vistiéndose de colores: blancos, verdes y violetas, azules, rojos y gualdas.
Y esos que en sus adentros mantengan aún un hilito de ilusión y de esperanza,
que se vengan para ver alborear un día nuevo, un nuevo día, el mañana.
La primavera ha llegado, ha entrado por mi ventana,
vestida con mil colores y de esencias perfumada.
Si hoy me dieran a elegir entre una ciudad en fiestas y una campiña serrana,
yo voto por la campiña aunque esté y esto es bien cierto, sólo de cardos sembrada.
Haciendo bueno el refrán, que hasta el final del final no se deben cerrar puertas,
a ver si esta primavera el letargo nos lo escampa,
resucitando ilusiones que entre rosas yacen muertas.