Desde hace cinco años, me he asomado a la vida
de un hombre solo y triste tullido con lamentos;
por falta de cariño no le cerró la herida:
Después de haber criado tres hijos con tormentos,
se ve solo, esperando que llegue la fatal despedida,
mientras sus huesos crujen por tantos sufrimientos.
Fue mi amigo Florencio casi un padre conmigo,
con tal amor me abría la puerta de su casa
cuando cada domingo, por unas pocas horas,
le eximí del castigo
de exprimir sus entrañas y extraer negra harina
que en el dolor amasa;
el dolor de unas manos que ayer hasta su mesa
trajeron el sustento con pan de puro trigo.
A pesar de que el tiempo abrasaba esas manos,
que ansiaban la llegada de otro fin de semana,
abrigaba esperanzas de que hijos o hermanos
cruzaran su quicial a una hora temprana,
o más tarde, o de noche, o, sino… en madrugadas;
que su sueño es ligero cuando no está despierto
y la aldaba en su puerta nunca estaba echada.
Ayer de madrugada, por fin se consumó la deseada partida.
De vuelta hacia mi casa, su cara sonriente vi como se elevaba
llevada por los vientos.

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