EL NIÑO POBRE

Una noche de julio, con cielo reventón pleno de estrellas,
su brisa perfumada olía a la campiña de mies cubierta.
La puerta de una choza estaba entreabierta,
y el zagal que pasaba sembró profundo… en el surco de la doncella.
¿Quién te mandó zagala abrazar el placer,
unos meses más tarde de ser mujer?
¿Cómo preñaste el vientre, joven criatura,
añadiendo otra boca a tu desventura?
La zagala valiente, que vivía sola en su cabaña,
una madrugada de primavera rompió las aguas
y, apretando con fuerza, arrancó el niño de sus entrañas
Chupando sus pezones el hijo con la madre, como una piña,
acostado en su pecho y envuelto solo con sus enaguas.
¡Este niño está hambriento! dijo riendo, risa de niña.
Después de amamantarlo con alegría
y de lavar su cuerpo con agua fría,
le envolvió en una manta, de amor y lana,
y se quedó dormida hasta bien entrada aquella mañana.
En colchón de panochas rendía sus sueños,
el niño mofletudo, pobre y risueño.
En colchón de panochas, anea y paja,
el niño pobre crece, mientras su madre duro trabaja.
Sobre cuna de mimbres, juncos y cañas
mata el tiempo, jugando con musarañas;
cuando su madre sale a ganarse la vida… ¡dura porfía!
En colchón de panochas pasa las horas mirando al cielo,
esperando la teta de su madre que es su consuelo;
su consuelo, su amor y su compañía, al caer la tarde y al mediodía.
El niño chiquito lloraba y lloraba solito en su cuna.
El viento apenado, con melancolía la cuna mecía
y hasta estar dormido, arrullos el cielo al niño traía.
Rendido soñaba con leche de madre, su única fortuna.
El vecino arroyo corriendo y riendo le da compañía,
un milano joven y un ruiseñor viejo, que el trino ha perdido,
le guardan la choza cuando está dormido
y, a su despertar, revoloteando le traen alegría.
El niño pobre, a solas, seguía creciendo,
unos ratos llorando, otros durmiendo
y al volver su madre también riendo.
¡Cuanto sufres, zagala!, cuando solo le dejas cada mañana.
Al atrancar la puerta y la ventana
una espada traspasa tu joven pecho y lo deja ardiendo.
¡Pobre, el niño pobre!, qué solito pasa todo el santo día.
Por entre las tablas del gris ventanuco el sol le vigila
y le emite rayos de luces plateadas con brisa tranquila,
que sus sombras juegan sobre una pared almagrada y fría.
Entre el ruiseñor, el milano joven, el sol y la brisa
cuidaban del niño, siempre que su madre de casa salía.
Una tarde gris que su fuerte llanto a todos dolía,
un bando de pájaros envolvió a la madre y la trajo a casa, ¡deprisa, deprisa!
La madre apenada le cogió en sus brazos envuelto en la manta,
el ruiseñor viejo le trajo en el pico una rama seca de anís con semillas
que bebió su niño después de cocida y fue mano santa.
El niño rendido de tanto llorar se quedó dormido.
Gozosas las aves de alas invisibles salen de puntillas,
y otra vez solito; por la mano amiga de la suave brisa se quedó mecido.