LA FLOR DEL MUNDO

Por fin aterricé y llegó la calma,
una tarde dorada de este otoño de huida
recobraré la libertad perdida,
desde el lejano día en que coarté mi alma.
Desde el día lejano en que arranqué a mi cuna
las raíces tiernas de aventurera infancia
y las planté en otra tierra, buscando la fortuna,
en otra tierra a muchos días de distancia.
Allí, detrás de un mar impetuoso,
en unos campos que no conocían dueño,
allí ha sembrado y segado con empeño
el llanto y el dolor mi corazón rocoso.
Allí he vivido mucho más de lo que falta,
por muy generoso que el cielo sea conmigo,
para saltar al horizonte del olvido
y perderme en un sinfín de nubes altas.
Salí con arrebato a la caza de honores y fortuna,
y he vuelto con el deber cumplido
pero, sobrándome de todo, estoy hundido
y me vuelvo más solo que la una.
Con los bolsillos llenos, eso es bien cierto,
igual de cierto que la alforja del amor la traigo enjuta;
gasté toda una vida escrutando la ruta
hacia el ansiado paraíso, que solo fue un desierto.
¿Es que solo la soledad va a ser mi compañera,
después de haber surcado y sembrado tanta tierra?
¡No!, me enfrentaré a quien el paso de la luz me cierra
y a golpe de amor ciego llegaré a la pradera.
No será un camino de rosas alfombrado
y las pocas que encuentre de espinas estarán coronadas,
pero tengo callos en el fondo del alma y mis pisadas
serán firmes, y, aunque sangre, seguiré hasta el final buscando ser amado.
¡Oh buen Dios!, si quisieras Tú guiarme
en esta busca de compañera que yo vengo,
no gastaría el tiempo que no tengo
y lo ahorraría para a la sombra de su alma resguardarme.
Él escuchó mis súplicas, mis llantos anegados,
y en la primera curva del camino al frente me la hallé:
ella me miró, yo la miré y nos besamos,
como dos amantes reencontrados.
Ella nació el día en que partí
y vivió en la misma cuna que dejé vacía,
allí me estuvo esperando noche y día
hasta que ayer, después de larga ausencia, yo volví.
Al cabo de unos días y viviendo ya bajo el mismo techo,
me anunció de manera severa y porfiada
una voz que brotaba de mi pecho:
no la dejes nunca ni por nada, porque ella es tu amada.
No la hagas sufrir, porque ella es tu vida,
ella será el cauce de tu impetuoso río;
si ella te falta se irá tu sol, tu luz, todo tu brío
y nunca más cerrará la brecha profunda de tu herida.
Y te diré algo más, bravo iracundo,
necio conquistador, soñador y aventurero:
te dejaste la mejor palabra en el tintero,
porque ella es, la mujer, la flor del mundo.