Una tarde de marzo, hace hoy dos años,
desde las ocho hasta las once te esperé en Cibeles,
hasta que el último autobús cerró sus puertas,
hasta que el bullicio de la plaza se lo bebió la noche
y un arroyo asesino ávido de vida se embriagó con la tuya.
Aquella tarde no pude llegar, como era mi costumbre,
a buscarte a la salida del trabajo,
un hombre sospechoso me entretuvo
cuando la agencia estaba ya cerrando.
Un hombre sospechoso, digo, porque sus trazas así lo delataban:
peluquín, monóculo, bigote; perilla, capa y sombrero de ala ancha
eran postizos, estoy seguro de ello, los soportaba con desdén y harta desgana.
Entre unos y otros te robaron y esposaron tus pies aquella tarde,
cortaron las amarras del amor que en tres años nos tejimos,
abrieron una hoya muy profunda y en ella nuestros gozos enterraron.
Te sacaron del escenario de mi vida, donde tenías el papel de prima donna.
¿Qué ha sido de ti desde aquel día?
¿A qué huele el aire que te envuelve?
¿Cuán duros son los barrotes de tu celda?
Si te han arrojado a la otra vida, vuelve y corta las cadenas que a este mundo me atan.
Cada noche me duermo besando tu pañuelo, el que enjugó tu llanto
aquella tarde, cuando un eterno compromiso nos juramos.
Me duermo con él seco y al despertarme está empapado.
He ofrecido a tus verdugos la mitad de mi vida a cambio de la tuya.
He esperado la respuesta vanamente estos dos años
porque mis ofrecimientos no les interesan,
son felices escuchando el suave son de tus perfectos engranajes.
¿A quién le han transferido las pulcras piezas de tu preciosa maquinaria?
¿Cuántos cuerpos se han reparado desguazando el tuyo?
¿Cuántas vidas han salvado destruyendo las nuestras?
¡¡Ah!!… fiero mundo, que cada día ganas méritos para que venga otro diluvio.
Me duele tener perdida la esperanza,
me duele resignarme a no volver a verte,
me duele no escuchar tus risas alocadas que espantaban a los pájaros del parque.
Sordos se han quedado los aviones del puente de Toledo al faltarles tus gritos,
como sorda está mi voluntad a todo lo que este mundo me demanda.
Te perdiste de repente como el agua en un desierto,
como se pierde el resplandor de un rayo o el retumbar de un trueno
absorbidos por las fauces hambrientas del oscuro infinito,
como se pierde la vida cuando el odio la invade.
Contra nuestra voluntad te disolvieron, como un azucarillo,
en el amargo y negro café que hoy es mi vida.
De todo lo que teníamos escrito se burlaron,
y un hacha criminal endemoniada cortó nuestras amarras.
Con la ayuda del tiempo, que todo lo envela y embelesa,
hasta los más cercanos están habituados a tu ausencia,
solo alguna carpeta con tu nombre, en archivos empolvados,
dan señales de que un día tuviste voz y voto.
Pero aquí te queda mi soplo sempiterno,
a quien el tiempo ni la muerte lograrán nublarlo,
aquí estaré, lo mismo en verano que en invierno,
tan atado a aquel día, que no podré olvidarlo.
Estuve tentado muchas veces, para acallar tristes latidos,
de escribirte y contarte mi añoranza;
pero hasta ayer no tuve perdida la esperanza
de que volvieses algún día, aunque sólo conservases tus vestidos.
Mi querida Lucía: ¿Quién se ha bebido el néctar de tus labios?
¿A cuantos ojos han dado luz y vida con los tuyos?
¿Quién ha cambiado sus onerosos enlutados por tus prendas celestiales?
¿Qué boca ha aprendido a reír trasplantándola la tuya?
¿Quién ha profanado tu hermosura?
¿Quién ha remendado sus raídas telas con los hilos acerados de las tuyas?
¿Qué fue de tu sedosa cabellera negra y azulada, como un pozo profundo?,
como la noche que mi vida envuelve desde que te he perdido.
Te fuiste antes de llegar la primavera, como las flores del almendro,
y yo me iré a cualquier lugar lejos de los recuerdos que me abrasan,
aunque la hoguera de tu ausencia arderá en mi eternamente;
porque te amo mucho más que a las telas de mi corazón.